Algo que se ha convertido en una verdad universal y un argumento incuestionable es que el estrés afecta el sistema inmunológico. Esto se debe a la simple comprobación de que en algún momento nos hemos enfermado, aunque sea con un resfriado, al estar en una situación o contexto estresante.
Así, todo el mundo sabe que estar sometidos a altos niveles de estrés acarrea como consecuencia un déficit en la función de nuestro sistema inmunológico, pero poco conocemos del por qué y de qué manera están relacionados el sistema inmune y el estrés.
Sistema inmune debilitado por estrés
El sistema inmune tiene la función de protegernos de organismos que causan enfermedades. Las células del sistema inmunológico están en la sangre en forma de glóbulos blancos (linfocitos) y también se encuentran en varios órganos, incluido el hueso médula, timo, ganglios linfáticos y bazo.
Los linfocitos son los encargados de crear anticuerpos. Cuando los anticuerpos detectan una amenaza se unen a los linfocitos para destruir a los agentes malignos.
¿Entonces cómo queda afectado el sistema inmunológico ante el estrés? A nivel psicológico, el estrés activa el eje hipotalámico pituitario adrenal y el sistema nervioso simpático. Esto se traduce en la producción de dos hormonas: cortisol y epinefrina. Los aumentos agudos de cortisol y epinefrina están relacionados con la disminución del número de glóbulos blancos en circulación.
El cuerpo comienza a normalizar el nivel elevado de estrés, produciendo altos niveles de hormonas del estrés incluso después del evento estresante. Esto implica una amenaza prolongada para el sistema inmune, haciendo cada vez más difícil su recuperación. La supresión a corto plazo del sistema inmunológico no es peligrosa. Sin embargo, el estrés crónico deja al cuerpo vulnerable a infecciones y enfermedades.
Las respuestas al estrés también tienen un efecto sobre el sistema digestivo. Durante el evento estrés se inhibe la digestión y después del episodio aumenta la actividad digestiva. Esto puede afectar la salud del sistema digestivo y causar úlceras. La adrenalina liberada durante una respuesta al estrés también es otro factor causa úlceras. El estrés también puede afectar el sistema inmunológico al elevar la presión arterial. La hipertensión (presión arterial elevada constantemente durante varias semanas) es un factor de riesgo importante en la enfermedad coronaria (CHD).
Los signos más comunes de un sistema inmunológico debilitado son la inflamación de los ganglios linfáticos, resfríos y herpes labiales recurrentes, y padecimiento de enfermedades crónicas. A largo plazo, se pueden desarrollar problemas cardiovasculares, asma, diabetes o cáncer.
Factores de estrés y su relación con el sistema inmunológico
Los primeros estudios sobre estrés y sistema inmune se remontan a la década de los 80, cuando la psicóloga Janice Kiecolt-Glaser y el inmunólogo Ronald Glaser estudiaron durante 10 años el fenómeno.
Para ello observaron a sus estudiantes durante diez años. En este estudio descubrieron, por ejemplo, que los alumnos durante los períodos de examen casi dejaron de producir interferón gamma que estimula la inmunidad y las células T que combaten las infecciones.
A partir de este momento, hubo una amplia investigación que tuvo en cuenta los períodos de estrés, la edad de los afectados y condiciones subyacentes de los participantes en los estudios. También se han tenido en cuenta factores desencadenantes del estrés como exámenes, duelo, divorcio, desempleo, o el cuidado de un familiar con la enfermedad de Alzheimer. De esta forma, se relaciona el estrés y sus causas con la respuesta a nivel físico.
Además de la respuesta física que genera un alto nivel de estrés, no podemos olvidar que las personas con estrés duermen menos y hacen menos ejercicio, se alimentan mal, y en algunos casos fuman más o consumen alcohol y otras drogas. Obviamente, estos hábitos también afectan al sistema inmunológico.
¿De qué manera combatir el estrés?
Primero vale la pena aclarar que un factor estresante puede definirse como un evento que excede la capacidad percibida de un individuo para afrontarlo. Esto significa que lo que puede parecer algo poco importante para algunos, puede ser percibido como una amenaza para otros. La intensidad, gravedad, capacidad de control y previsibilidad del factor estresante también juega un papel importante en la estimulación del cerebro y la secreción de hormonas del estrés. La reactividad fisiológica a los factores estresantes se observa comúnmente incluso después de la exposición repetida al mismo factor estresante.
Teniendo esto en mente comprendemos que no todos tendremos ni la misma respuesta fisiológica ni el mismo nivel de estrés, por lo que no hay una solución “única”. El tratamiento del estrés debe abordarlo desde una perspectiva psicosocial, física, nutricional y farmacológica. Para manejar adecuadamente el estrés tanto en individuos sanos como enfermos, se deben proporcionar enfoques multidisciplinarios que incluyan tratamiento psicofarmacológico, educación, terapia cognitivo-conductual, enfoques basados en la atención plena y técnicas de relajación en una etapa temprana, particularmente en pacientes físicamente enfermos.
En el día a día esto se puede desarrollar a través de prácticas de meditación, yoga, terapia y ejercicios físicos aeróbicos. También es importante observar los mecanismos desarrollados por cada paciente, dado que no es lo mismo una persona que lidia con el estrés a través del tabaquismo que uno que desarrolla problemas del sueño.
Se ha comprobado que caminar a solas, cantar o escuchar música, así como mantener el lazo y la comunicación con personas cercanas son actividades que reducen los niveles de cortisol y acallan los pensamientos relacionados con el evento estresante.
La complejidad del estrés, la relación entre el cerebro y nuestro sistema inmunológico, así como sus causas y eventos relacionados, hacen que la estrategia para combatirlo tenga que ser multidisciplinaria y esté adaptada a la persona afectada.